
Que las comunicaciones están cambiando es innegable, pero lo que no puede cambiar es la comunicación verdadera. Aquella que se produce cuando un bebé se expresa, cuando una mascota tiene esa mirada, cuando la energía sexual de los amantes está exenta de palabras.
Evitar comunicarse a través del ego, de la agresión o de la charla inútil, es un esfuerzo, y el gran logro es expresarse a través del corazón. Esta forma generalmente es sin palabras, es con una caricia, una mirada, una sonrisa, un abrazo y con el respeto que debe primar en las relaciones humanas.
Y, cuando excepcionalmente se produce ese diálogo enriquecedor desde lo profundo, que queda grabado no sólo en la memoria, ahí aparece la gran satisfacción y plenitud que nos da la comunicación real; esa que involucra al otro y que llena el corazón. Sólo depende de cada uno, el buscar más instancias como esas diariamente, porque se traducen en una entrega amorosa sin condiciones.
“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”. Benjamin Franklin.