
Una de las manifestaciones más recurrentes del ego es aquella en la cual sólo nos miramos a nosotros mismos; aquella en la cual el otro prácticamente no tiene cabida en nuestra conciencia y en nuestro actuar. Desde allí se alimenta la mezquindad y el egoísmo, tan presente en nuestro diario vivir; tanto somos víctimas de ello, como también generadores de esas condiciones faltas de luminosidad y amor. Acaso no produce escozor, tristeza y desaliento cuando sentimos que alguien da rienda suelta a su ego, que arrasa con cualquier consideración y respeto por alguna persona u otro ser vivo?
Si a diario revisamos y observamos el comportamiento de nuestro ego, de seguro que podremos frenar un actuar desmedido e inconciente; crearemos un entorno más generoso, pacífico y amoroso; seremos capaces de detectar y alejarnos calmadamente de las luchas de poder que sólo contaminan y llenan de oscuridad el alma. Respira hondo, conecta con tu sabio interior y deja que él te vaya mostrando el camino para lograr una convivencia armoniosa entre tu ego y tú. Verás hermosos resultados y te darás cuenta que eres mejor de lo que pensabas.
“Quien desee ser un refugio para sí mismo y para los otros deberá someterse a este sagrado misterio: tomar el lugar de los otros, y ceder a los demás el propio lugar.”